La pequeña Isabelle Lightwood sabia que no debía estar allí. Puede que fuera la curiosidad que la comía por dentro, o simplemente el echo de que era un lugar prohibido. Hacía semanas que planeaba ir allí, aunque solo era una idea en su cabeza que le rondaba. Se encontraba en uno de los largos pasillos del instituto de Nueva York. Ante ella, una puerta, cerrada a cal y canto por sus padres. Le habían advertido que allí no podía entrar, pero no podía resistirlo. Miro el gran pomo de metal pulido dorado, y lo agarro con su pequeña manita, lo giro con lentitud, y no respiro hasta que un click sonó.
La gran puerta se abrió con lentitud, empujada por Isabelle. Primero asomo la cabeza, esperando que allí hubiera un demonio, o algo así. Pero no había nada de eso. Era una habitación de altos techos, las paredes estaban recubiertas de un papel pintando de color crema, rasgado por distintos puntos, dejando ver la pintura de abajo, de color blanco sucio. La habitación estaba llena de cajas por todos lados. La luz apenas entraba por la ventana, tapada por la suciedad.
Isabelle se quedo mirando durante unos minutos a que pasara algo, pero simplemente todo seguía en silencio. Entro al cuarto y cerro la puerta tras ella. Abrió la caja más cercana. Pero únicamente encontró objetos que parecían normales. Algunos libros, aunque cuando os abrió no entendió que ponían en ellos. Cerro aquella y fue a por otra, pero seguía sin haber algo que su contenido hubiera sido prohibido.
Cuando ya llevaba una hora de búsqueda, ya empezaba a cansarse, decidió dejar todo aquello, no había nada prohibido allí, por lo que le hubieran prohibido a ella y a Alec entrar a aquella sala. Cerro la caja que había estado mirando durante los últimos minutos, pero simplemente contenía ropa vieja. Aquello no le parecía una sala secreta, más bien un trastero lleno de cosas viejas.
Se dio la vuelta, y se dirigió a la puerta, pero justo cuando se disponía a salir, tropezó con una de las cajas más bajas y cayo al suelo de morros. Sintió un dolor punzante en la rodilla, se sentó y vio que se la había rozado, una gota de sangre descendió de su rodilla, deslizándose por su pierna hasta el suelo. Se mordió el labio. La Isabella de siete años, no estaba acostumbrada al dolor, como su futura yo. Unas lagrimas se le escaparon de sus ojos, y descendieron por sus mejillas. Se levanto intentando evitar el llanto. Vio que el contenido de la caja estaba esparcido por el suelo. Se agacho y metió toda dentro de ella lo que había caído. Recogió una foto y entonces reconoció la gente que habían.
Eran sus padres, algo más jóvenes. Su madre tenía el vientre abultado, debía estar embarazada de Alec. Continuo mirando lo que había en la caja. Más fotos algo descoloridas, entre ellas parecía abundar un joven de cabellos casi blancos, aunque no supo reconocerlo. Metido todas aquellas fotos en la caja, también encontró un viejo cuchillo serafín completamente estropeado, no le vio nada diferente con los que solía practicar. Metió el arma en la caja junto con las fotos. Entonces lo vio, era un bolsista de terciopelo negro, apenas igual de grande que le puño de un bebe. Lo recogió del suelo con cuidado, su interior era duro. No pudo resistir la tentación y la abrió. El fino cordel que rodeaba la bolsista cedió y pudo ver su contenido. Era una rubí rojo, del tamaño del puño de un bebe, le recordó a un pedrusco. Brillaba con las ultimas luces de la noche.
Isabelle lo observo emocionada, era una joya perfecta. No pudo resistir la tentación y se lo probo. Cogió un espejo de entre las cajas y se miro. Era extraño verle una joya así, le quedaba demasiado grande para su pequeño cuello de niña. Pero igualmente no pudo dejar de mirarlo con adoración, como si fuera un ángel. Lo rozo maravillada con las puntas de los dedos, su tacto era frió y duro.
Estuvo mirándolo durante horas, hasta que la habitación se inundo en la oscuridad, y el estomago comenzó sonar, como si gritara. Se desabrocho la joya del cuello, y la dejo de nuevo en la pequeña bolsista de terciopelo. La volvió a meter en la caja, escondido debajo de las fotos. Salio de la sala, sin antes dedicar una mirada a la habitación.
Volvió día tras día. A la misma hora. Entraba a la habitación y la cerraba tras de sí. Sacaba la caja de su escondrijo y la abría, después buscaba la pequeña bolsa de terciopelo negro, desabrochaba el cierre y sacaba la joya. Se la ponía durante horas, y se miraba al espejo. También había días que miraba lo que contenían otras de las cajas, pero simplemente parecían recuerdos antiguos de otra época.
Una ocasión su hermano Alec, le llego a preguntar a que se dedicaba por las tardes que nunca la veía, pero ella simplemente respondía que no hacía nada con una sonrisa de niña buena. Su hermano no fue el único en preguntarse que hacía, pero ella simplemente les decía que jugaba por todos lados. Aquellas respuestas no parecían tranquilizar a sus padres, pero Isabelle tampoco daba ninguna pista para averiguar a que se dedicaba su hija.
Paso más de un año con aquellas escapadas. A poco a poco la joya ya no parecía tan grande en su cuello, incluso resaltaba su piel. Hasta que un día la descubrieron.
Al llegar la hora, Isabelle se escabullo entre los pasillos del instituto, vigilando que nadie la siguiera. Se deslizo como un felino, hasta su destino. Abrió la puerta y la cerro tras de sí.
-Isabelle-murmuro su padre, esto sobresalto a la muchacha, que se giro con lentitud.
Robert Lightwood, el padre de la niña, se encontraba plantado en medio de la sala, observando alguna de las cajas con desgana.
-Padre-murmuro asustada.
-Así que es aquí donde pasabas las tardes-dijo acercándose a su hija-Creo que tu madre y yo, te prohibimos entrar aquí, tanto a ti como a tu hermano.
Isabelle, avergonzada desvió la mirada. Pero su padre no dejo la reprimenda en ese momento.
-Pero me gustaría saber que es lo que te a tenido ocupada durante tanto tiempo-dijo Robert, mirando a Isabelle directamente a los ojos- Mírame.
La niña se resistió un poco a hacerlo, pero ante la insistencia de su padre le miro. Apenas dedico una mirada de unos segundos, hacía el rincón donde escondía la caja entre las otras, (la cambiaba de lado cada cierto tiempo) pero fue suficiente como para que Robert se diera cuenta. El hombre se giro hacía el rincón, y escondida entre todas las cajas. La saco con cuidado, y la abrió mientras se acercaba de nuevo a su hija.
-¿Qué es exactamente lo que mirabas aquí?-dijo, y acto seguido se la acerco.
Isabelle, con dedos temblorosos, metió la mano en la caja, aparto las fotos que escondían la bolsa de terciopelo y la saco. Su padre la atrapo de entre sus dedos.
Apoyo la caja en el suelo y abrió la pequeña bolsa. Saco la joya, que brillo entre sus dedos.
-Así que es esto lo que te tenía tan embelesada...-murmuro.
-Lo siento padre-dijo Isabelle.
-Pensaba que la había perdido-dijo Robert- esta joya a pasado por las mujeres Lightwood, se supone que fue regalado por un brujo a una de tus antepasadas.
Se la metió en el bolsillo, y le indico a su hija que saliera. Cerro la puerta tras de si, pero esta vez con llave. Aquella fue la ultima vez que Isabelle entro a aquella sala.
Isabelle abrió la puerta de su cuarto. Los pies le mataban. Dejo su látigo apoyado en la cama, mientras se quitaba sus ropas y se ponía más cómoda. Aquella noche había salido de caza con Jace y Alec, y ya casi estaba amaneciendo, estaba muy cansada y lo único que quería era acostarse un rato y descansar.
Después de tanto años le había vuelto a la mente aquella joya, su padre no se la había vuelto a nombrar, ni ella había preguntado. Incluso sus hermanos se habían extrañado de que estuviera tan perdida en sus pensamientos. Suspiro y se sentó en el tocador, entonces vio algo que no le cuadraba, una caja negra. No la había visto nunca. La abrió con lentitud y entonces lo vio. El rubí brillo con las primeras luces del amanecer, como una bola de discoteca. La cogió y no pudo resistir a probársela. Con ella se noto más adulta. Su tacto seguía siendo duro y frió.
En la caja había escrito una nota, y reconoció la caligrafía al instante, la de su padre.
"Ya era hora que la siguiente Lightwood la llevara"
Isabelle arrugo la nota entre sus dedos y la dejo sobre el tocador. Se acostó en la cama, y dejo que lo recuerdos de su niñez volviesen a su mente como un torrente. Antes de dormir, toco de nuevo la joya. Fría y dura. Como ella misma.
Si queréis más fanfics de Cazadores de Sombras, por favor pedirlo en comentarios.
Que no se os olvide comentar ;)
Isabelle lo observo emocionada, era una joya perfecta. No pudo resistir la tentación y se lo probo. Cogió un espejo de entre las cajas y se miro. Era extraño verle una joya así, le quedaba demasiado grande para su pequeño cuello de niña. Pero igualmente no pudo dejar de mirarlo con adoración, como si fuera un ángel. Lo rozo maravillada con las puntas de los dedos, su tacto era frió y duro.
Estuvo mirándolo durante horas, hasta que la habitación se inundo en la oscuridad, y el estomago comenzó sonar, como si gritara. Se desabrocho la joya del cuello, y la dejo de nuevo en la pequeña bolsista de terciopelo. La volvió a meter en la caja, escondido debajo de las fotos. Salio de la sala, sin antes dedicar una mirada a la habitación.
Volvió día tras día. A la misma hora. Entraba a la habitación y la cerraba tras de sí. Sacaba la caja de su escondrijo y la abría, después buscaba la pequeña bolsa de terciopelo negro, desabrochaba el cierre y sacaba la joya. Se la ponía durante horas, y se miraba al espejo. También había días que miraba lo que contenían otras de las cajas, pero simplemente parecían recuerdos antiguos de otra época.
Una ocasión su hermano Alec, le llego a preguntar a que se dedicaba por las tardes que nunca la veía, pero ella simplemente respondía que no hacía nada con una sonrisa de niña buena. Su hermano no fue el único en preguntarse que hacía, pero ella simplemente les decía que jugaba por todos lados. Aquellas respuestas no parecían tranquilizar a sus padres, pero Isabelle tampoco daba ninguna pista para averiguar a que se dedicaba su hija.
Paso más de un año con aquellas escapadas. A poco a poco la joya ya no parecía tan grande en su cuello, incluso resaltaba su piel. Hasta que un día la descubrieron.
Al llegar la hora, Isabelle se escabullo entre los pasillos del instituto, vigilando que nadie la siguiera. Se deslizo como un felino, hasta su destino. Abrió la puerta y la cerro tras de sí.
-Isabelle-murmuro su padre, esto sobresalto a la muchacha, que se giro con lentitud.
Robert Lightwood, el padre de la niña, se encontraba plantado en medio de la sala, observando alguna de las cajas con desgana.
-Padre-murmuro asustada.
-Así que es aquí donde pasabas las tardes-dijo acercándose a su hija-Creo que tu madre y yo, te prohibimos entrar aquí, tanto a ti como a tu hermano.
Isabelle, avergonzada desvió la mirada. Pero su padre no dejo la reprimenda en ese momento.
-Pero me gustaría saber que es lo que te a tenido ocupada durante tanto tiempo-dijo Robert, mirando a Isabelle directamente a los ojos- Mírame.
La niña se resistió un poco a hacerlo, pero ante la insistencia de su padre le miro. Apenas dedico una mirada de unos segundos, hacía el rincón donde escondía la caja entre las otras, (la cambiaba de lado cada cierto tiempo) pero fue suficiente como para que Robert se diera cuenta. El hombre se giro hacía el rincón, y escondida entre todas las cajas. La saco con cuidado, y la abrió mientras se acercaba de nuevo a su hija.
-¿Qué es exactamente lo que mirabas aquí?-dijo, y acto seguido se la acerco.
Isabelle, con dedos temblorosos, metió la mano en la caja, aparto las fotos que escondían la bolsa de terciopelo y la saco. Su padre la atrapo de entre sus dedos.
Apoyo la caja en el suelo y abrió la pequeña bolsa. Saco la joya, que brillo entre sus dedos.
-Así que es esto lo que te tenía tan embelesada...-murmuro.
-Lo siento padre-dijo Isabelle.
-Pensaba que la había perdido-dijo Robert- esta joya a pasado por las mujeres Lightwood, se supone que fue regalado por un brujo a una de tus antepasadas.
Se la metió en el bolsillo, y le indico a su hija que saliera. Cerro la puerta tras de si, pero esta vez con llave. Aquella fue la ultima vez que Isabelle entro a aquella sala.
Isabelle abrió la puerta de su cuarto. Los pies le mataban. Dejo su látigo apoyado en la cama, mientras se quitaba sus ropas y se ponía más cómoda. Aquella noche había salido de caza con Jace y Alec, y ya casi estaba amaneciendo, estaba muy cansada y lo único que quería era acostarse un rato y descansar.
Después de tanto años le había vuelto a la mente aquella joya, su padre no se la había vuelto a nombrar, ni ella había preguntado. Incluso sus hermanos se habían extrañado de que estuviera tan perdida en sus pensamientos. Suspiro y se sentó en el tocador, entonces vio algo que no le cuadraba, una caja negra. No la había visto nunca. La abrió con lentitud y entonces lo vio. El rubí brillo con las primeras luces del amanecer, como una bola de discoteca. La cogió y no pudo resistir a probársela. Con ella se noto más adulta. Su tacto seguía siendo duro y frió.
En la caja había escrito una nota, y reconoció la caligrafía al instante, la de su padre.
"Ya era hora que la siguiente Lightwood la llevara"
Isabelle arrugo la nota entre sus dedos y la dejo sobre el tocador. Se acostó en la cama, y dejo que lo recuerdos de su niñez volviesen a su mente como un torrente. Antes de dormir, toco de nuevo la joya. Fría y dura. Como ella misma.
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