Cinco
horas.
Un
niño, entre toda la multitud que atravesaba las calles, destacaba como una
estrella en el cielo nocturno. Era pequeño, de no más de cinco años, su cabello
era rubio, era muy claro, casi blanco con los reflejos del sol. Su tez era como
la porcelana, pálida y pulida, sin ninguna imperfección, sin ninguna marca. Sus
ojos eran como un ámbar dorado. Vestía con una camiseta blanca y unos
pantalones negros, junto con unas zapatillas
deportivas. Parecía perdido entre toda aquella multitud. Miraba a todos
lados, asustado. Anna lo miro. Se detuvo
entre toda la multitud, que la esquivaba como si no fuera nada.
Anna
era una adolescente. Cabello castaño, ojos oscuros, de tez clara, pero tampoco
oscura. Aún llevaba su uniforme del instituto, y su mochila cargada a la
espalda. Calificaciones perfectas amable con sus compañeras, suponía la envidia
de cualquier alumno que se preciara. Se acercó al niño esquivando a todos los
transeúntes que iban en dirección opuesta.
Cuando se acercó, no le pareció tan asustado como en un primer momento,
miraba hacía todos lados, como buscando algo entre la multitud.
-¿Te
has perdido?- se agacho delante del niño.
-Si-
dijo el niño, con un hilo de voz, de cerca incluso parecía más inocente. Si
primera impresión debía de haber sido algo infundada.
Se
frotó los ojos de donde aun escapaban algunas lágrimas. Anna acercó una mano y
le recogió una lágrima que descendía por su mejilla con lentitud. Le sonrió de manera tranquilizadora. Le
ofreció su mano como hubiera hecho con cualquier persona que necesitase su
ayuda.
-Te
acompañaré a casa- dijo, el niño le dio la mano, y sonrió feliz- ¿Dónde vives?
-Por
allí- el niño señaló hacía una de las calles segundarias que había desde la
principal que se encontraban.
Anna
se dejo guiar por el niño. Atravesaron la calle secundaria casi hasta el final,
después tomaron un desvió, adentrándose aun más en el casco antiguo de la
ciudad. La joven le siguió sin hacer ninguna pregunta, era de carácter confiado
desde pequeña, se dejaba llevar por las personas, siempre confiando en ellos.
-¿Queda
mucho?- le volvió a preguntar al niño, temiendo donde podría vivir el niño,
aunque siempre con fe ciega en él.
-No
mucho- dijo el niño sonriendo.
En
aquel momento, se encontraban en una calle bastante estrecha, que desembocaba
en unas escaleras que ascendían. Los edificios, a pesar de ser pequeños, su
proximidad no dejaba pasar gran parte de
luz. Las puertas y ventanas era de madera antigua, incluso algunas estaban
podridas por el paso del tiempo. La tarde
continuaba avanzando, y Anna debía volver
a casa, llevaba más de una hora caminando, y no había encontrado la casa
del niño, ¿Le extrañaba? Ni si quiera dudo un poco, ni un resquicio de temor había en su corazón.
Jamás había estado en aquella zona de la ciudad, pero no le importaba, solo
tenía que deshacer el camino y volver de nuevo.
El
aire olía a orina. Le golpeo de cara
como si le hubieran dado un bofetón, se
tapo la cara con el antebrazo. No le importaba, mientras pudiese llevar al niño
a su casa, junto a su familia, cada obstáculo no significaría nada comparado
con una buena obra.
Mientras
caminaban, solo vieron a dos personas. Una anciana, sentada en la puerta que
debía de ser su casa, vestía completamente de negro y su cara estaba muy
arrugada. Anna apenas le dedico una mirada de reojo, y le niño la ignoró. La
otra persona fue un vagabundo, acurrucado en un portal, intentando taparse con
una fina chaqueta. Olía a sudor y a alcohol.
Mientras
Anna miraba al vagabundo, el niño se soltó de su mano, y corrió calle arriba.
La joven apenas tuvo unos segundos para reaccionar, pero cuando se quiso dar
cuenta, ya le llevaba un buen trecho de ventaja. Corrió tras el niño, le grito
que la esperase, pero éste la ignoró, ni si quiera miro hacia atrás. Anna, al
ver que no iba a parar le siguió, debía asegurarse de que llegaba sano y salvo a su casa.
El
crio, giró a la izquierda y Anna le siguió sin ni si quiera dudar.
Era
como si la noche hubiese aparecido de golpe. Era un callejón, oscuro, frio,
paredes de ladrillo. Basura esparcida por todos lados, contenedores a rebosar.
En el aire, había un mezcla entre orina, comida en descomposición y humedad.
Era el lugar más asqueroso de la ciudad. Por primera vez, Anna sintió miedo.
-¿Estás
ahí?- dijo en apenas un hilillo de voz, avanzo un paso con cautela, como si
hubiese lava bajo sus pies- ¿Chico, dónde te has escondido?- esta vez gritó
más, pero nadie respondió a lo que parecía una plegaria.
Con
algo más de valentía se adentró en el callejón, pero todo era demasiado oscuro.
No llevaba nada con lo que alumbrarse, ya que había dejado el móvil en casa
para no distraerse durante las clases, ahora se arrepentía de haberlo hecho. A
ciegas, fue palpando con las manos, chocando con basura, incluso tropezando en
varias ocasiones.
Oyó
como tras de sí, pasos acercándose lentamente a ella. Anna se giro, era un
adulto, un hombre puede que por su tamaño, no era el niño que andaba buscando.
Se acercó a ella, arrastrando los pies, como si le costase andar. Se detuvo a
unos e ella.
-Perdone,
¿ha visto usted a…- dijo Anna, pero no llego a terminar la frase.
La
atravesó, algo afilado rasgo su carne hasta adentrarse en su piel. Anna abrió
los ojos como platos, e intento detener el arma, pero una y otra vez, se fue
hundiendo en el cuerpo de la chica. Intento retroceder, pero su espalda choco
contra la pared. Se encontraba arrinconada.
Tras
unos minutos dejo de luchar y su cuerpo, cayó al suelo y murió.
Oscuridad…
-Te
doy cinco horas de vida- algo le susurró al oído.
Sus
ojos volvieron a ver, sus pulmones tragaron aire, su corazón volvió a latir. Anna sintió todas
aquellas sensaciones como si fuera la primera vez que su cuerpo las sentía. De
sus ojos comenzaron a salir lágrimas. Estaba tirada en el suelo, en aquel
callejón oscuro, un charco de sangre se extendía a su alrededor, pero en su
cuerpo no habían heridas, en su lugar habían unas manchas rojas. Anna las miró
extrañada, las tocó, apartando su camisa rasgada. Por primera vez, vio que el
niño, que había intentado ayudar, se encontraba a su lado, sonriente. -Si en
cinco horas no has matado a nadie- dijo, cuando pronuncio aquellas palabras con
alegría, sin borrar la sonrisa- morirá.
Agarró
la mano de Anna, que se encontraba paralizada por completo, y le entro una
daga. La muchacha la miro, y cuando levanto la vista, el niño ya no estaba. En
el dorso de la mano, había quedado grabado una cuenta atrás, y justo como había
dicho el crio, le quedaban cinco horas, menos a cada segundo que pasaba.
Paso
la primera hora negándose a sí misma lo que había pasado, aquello debía de ser
un sueño, una pesadilla. La segunda hora sintió miedo, de no volver a ver a su
familia, a sus amigos. La tercera hora, pensó en dejar que el tiempo corriese,
morir, ya lo había hecho una vez, no era difícil. La cuarta hora, su tiempo
acababa, sentía miedo, desesperación, y el tiempo continuaba avanzando, y por
primera vez, pensó en el asesinato. En aquel barrio, debía de haber mucha gente,
de la que nadie se daría cuenta de que había muerto. Solo debía sorprender a
alguien que cruzase la calle. Se auto convencía así misma, de que su vida valía
más y le quedaban muchos años por vivir. Y con determinación decidió que lo
haría. Ya había caído en la desesperación, así que sería aun más fácil
realizarlo.
Se
escondió tras la pared, del callejón, con la daga, entre sus manos temblorosas.
Sorprendería a cualquier persona que subiese por la calle, sería rápido y
limpio, aunque esto último lo dudaba.
Entonces oyó los pasos que ascendían por las escaleras, que ella misma
había subió hacía unas horas. Vio su sombra, cada vez más grande, cerró los
ojos y se lanzo. Atravesó su pecho, una y otra vez, como en una canción.
Escucho gritos, pero no paro, siguió. Anna noto sus manos sin fuerzas,
intentando detenerla, pero ya era demasiado tarde. Abrió los ojos. Era una
adolescente, como ella, posiblemente de su edad o más. Un chico. La miraba con
los ojos abiertos como platos, le atravesaron como un escalofrió, y por primera
vez se dio cuenta de lo que había
hecho. El muchacho se desplomó en el
suelo. Anna gritó. Se tiró encima suya e intentó para la hemorragia, pero
habían demasiados cortes y la sangre salía de todos ellos sin dejarle cuartel.
Se desangró en apenas unos segundos. Sus ojos se quedaron abiertos, sin aquel
brillo de vida. Muertos. Anna volvió a gritar, las lágrimas salían de sus ojos
como un torrente.
-Bien
hecho- dijo el niño.
Anna
se dio la vuelta y lo vio allí, plantado, con una sonrisa dibujada en su
rostro.
-¡¿Por
qué me has hecho esto?!- el grito, sus manos aun estaban apoyadas en el pecho
del muchacho muerto.
-¿Y
por qué no debería?- dijo, como si le hubiesen hecho la pregunta más extraña
del mundo- ¿Aun no te has dado cuenta de quién soy?- Anna negó con la cabeza-
Yo soy la muerte personificada, La Carpa, Keres, Mors, Azrael, Anubis, Tanatos o un Shinigami, tengo un nombre
para cada idioma. Respondiendo a tu pregunta de porque te he elegido,
simplemente, porque tu destino era morir en aquel callejón. Al matar a este chico has hecho un contrato conmigo.
Vivirás todo lo que debía de haber vivido
el. Te he alargado la vida, deberías estar alegre. Pasara lo mismo con cada
humano que asesines. Vivirás eternamente.
-Eres
un monstruo- murmuró Anna.
-Me
llevo la vida de niños, jóvenes, adultos y ancianos a diario-dijo el niño-
¿Crees que me das pena? Cada muerte alarga más mi vida, justo como a ti. Ahora
estaremos solos tú y yo por toda la eternidad.
-¡Jamás
mataré a nadie de nuevo!- gritó.
-Lo
harás- dijo el niño- porque si lo has hecho una vez, puedes hacerlo dos. Te
dejo sola, necesitas asimilar tanto. Pero nos volveremos a ver.
El
niño se fue, y entonces Anna, con la única compañía de un cadáver, cayó en un
pozo sin fondo, del que jamás saldría. Algo que no vio, era que la cuenta
atrás del dorso de su mano, había
aumentado setenta años…
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