sábado, 29 de junio de 2013

El desierto sin arena

Esta historia también la escribí para el concurso de mi instituto, pero con un año de diferencia con las demás. 
                                     

El  desierto  sin arena
     Mi nombre es Reza. Mi nombre es el mismo que el del padre del Sha, el  mismo  hombre  que dio  un  golpe  de  estado  en  Irán  sumiéndola  en una dictadura. 
     En 1980, yo tenía apenas doce años, vivía en  uno  de  los  barrios  más  pobres  de  la ciudad de Teherán,  me crie en  la  mayor  de  las  pobrezas,  cuantas  noches  trabajando  sin  descanso,  para  por  la mañana  poder  ir  a la  escuela,  apenas dormía. Ni si quiera yo trabajando, el mayor de ocho hermano, apenas teníamos para llevarnos a la boca. Mi padre, un islámico hasta los huesos, era un hombre muy estricto con la religión, nos educo a todos nosotros como lo educaron a él, mi madre, la recuerdo como una mujer tímida y sometida por completo a su marido.
    ¡Cuántas veces tuve que defender a mi pobre madre, de los ataques de rabia!
    Aun recuerdo la revolución islámica en 1979. Mi madre había conseguido enviarme a una escuela bilingüe -a escondidas de mi severo padre- ese mismo año, separándome de mis compañeras, obligándolas a ellas a llevar velo, pero a la que más eche de menos fue a mi querida Pardisse, aquella muchacha de ojos verdes, algo raro entre los iranís. Me sentía muy solo en la escuela sin ella, aunque a la salida, pasábamos las tardes los dos juntos mirando el cielo, cuando debía dormir.           
    Una noche mientras mis hermanos dormían, yo me preparaba para ir a trabajar a las fábricas, encontré a mi madre llorando en el aseo, una furia me recorrió por dentro, pensaba que había vuelto a ser mi padre, que la había golpeado de nuevo, me acerque a ella.
    -¿Qué ocurre madre?- le pregunte.
    Ella me sonrió, dulcemente.
    -Nada tesoro- me dijo mientras se secaba las lágrimas.
    Días después, me entere que la policía había prendido fuego a un cine, no socorrieron a las víctimas y aporrearon a los que intentaban ayudar, los bomberos llegaron cuarenta minutos después. Había cuatrocientos muertos, entre ellos la hermana pequeña de mi madre. Mi padre no nos dejo ir al entierro, decía que se lo tenía merecido.
    Cada día había manifestaciones, yo fui a unas cuantas junto con mi madre, sin que mi padre se enterara.  El ejército nos disparaba y nosotros le tirábamos piedras, aunque con solo doce años, mi madre me había criado con una mente abierta, al contrario de mi padre, que prefería no hacerme ni caso.
    Hubo muchas manifestaciones, y a la vez muertos pero todos  buscábamos la libertad, después de tantos años de dictadura. Aun recuerdo el fin del Sha como si fuera ayer, era una de las pocas horas que podía ver la tele sin que mi padre estuviera en medio molestándome.
    -He comprendido vuestra revuelta- dijo el Sha- todos juntos intentaremos avanzar hacia la democracia...
    La cara de mi madre, se ilumino como el sol. Cada día caían más de sus estatuas y más imágenes se quemaban. Recuerdo como mi madre quemaba una vieja imagen del Sha en la chimenea, yo le acompañe con vítores, la democracia era cercana. El día de su marcha, el país vivió la fiesta más grande de su historia, incluso mi padre, lo celebro, era la primera vez que mi padre y yo estábamos de acuerdo en algo.
    Las escuelas volvieron abrir, y pude volver a ir a clase con Pardisse, mi vida volvió a recobrar sentido de nuevo. A sus padre no les hacía mucha gracia que se juntara conmigo, incluso le prohibieron salir a la calle por la excusa de que iba muy mal en los estudios. Me sentí como si me hubieran dado una patada en el estomago, porque sabía que era mentira, Pardisse era la mejor estudiante de la clase. ¿Era porque vivía en un lugar pobre y mi padre era un fanático religioso?
    Seguramente tendrían mucho miedo de lo que podía ocurrir a Pardisse si se casaba algún día conmigo, pero yo no era como mi padre.  Lo único que quería es que ella fuera feliz, me daba igual que ella fuera persa. La única que conocía a Pardisse era mi hermano pequeño, de tres años, a ella le encantaban los niños, y yo solo quería hacerla feliz.
    Días después, los prisioneros del régimen fueron liberados, entre ellos mi tío, era el hermano pequeño de mi padre, encarcelado por comunista hacia tres años. Mi padre jamás le mostró ningún cariño, incluso le repudiaba.  Mi madre  había estado enamorada de él hacía varios años, antes de casarse.
    Mi madre le acogió en su casa, cuando mi padre llegó aquella noche, fue una de las peores palizas que recuerdo desde que tengo memoria. Estuvo varios días en cama sin apenas poder moverse, cuando consiguió levantarse, cojeo de un pie  el resto de su vida. Ebi, el hermano de mi padre, tuvo que salir de la casa por petición mía. Aunque estuve en contacto con él.
    La revolución política llegaba, las elecciones llegaron, ganado la república islámica, aunque sabía que era mentira. Mi madre sabía lo que podía ocurrir, después de aquello la gente comenzó a irse del país, yo no sabía quién de mis familiares se habían ido, estábamos completamente aislados, por culpa de mi padre.
    Días después me entere de la muerte de mi tío, mi madre lloró desconsolada durante mucho tiempo, mientras que mi padre la ignoraba. En ese momento me di cuenta de que aun lo amaba, aunque jamás podrían estar juntos. Fuimos a su funeral a escondidas, apenas éramos cinco personas, teníamos miedo. La única persona en la me podía apoyar era en Pardisse, y en la pobre de mi madre, que ya no parecía ser ella, si no un cuerpo sin vida. Los que lo habían asesinado se hacían llamar a sí mismo la justicia divina.  Teníamos miedo por si venían a por nosotros, pero nuestro padre era uno de ellos y nunca nos molestaron, aunque me hervía la sangre de solo pensarlo, no podía hacer nada, él era más grande y más fuerte que yo
    Solo era un crio de trece años, que era demasiado despierto para mi edad. Incluso en algunas ocasiones pensé en asesinarlo, pero sabía que lo necesitábamos para vivir, ya que mi madre no podía apenas caminar, y yo no ganaba suficiente en la playa.
    Lo único por lo que tenía ganas de vivir era por Pardisse, sus ojos verdes eran como una luz en la noche, y con la que podía hablar de de política tranquilamente, ya que con la pobre de mi madre no podía hacerlo, parecía tener  un cuerpo pero sin alma. Muchas veces la oía murmurar cosas sin sentido pero todas ellas tenían que ver con la misma persona.
    -Mi querido Ebi- lo oí decir en una ocasión.
    Acababa  de volver del trabajo, eran las tantas de la mañana, dormía en el sofá porque mi padre no la soportaba. Por su cara le caían lágrimas y ni si quiera estaba despierta. Tenía el cuerpo lleno de moratones, mi padre procuraba en golpearla en lugares donde no se viera fácilmente.
    -Te hecho tanto de menos- dijo- Te quiero, mucho Ebi.
    Aquellas palabras me conmovieron  profundamente, la acune entre mis brazos, yo también llore, hasta que amaneció, aquel día no fui clase, la cuide durante todo el día, hasta que volví a trabajar. Mientras estudiaba en la biblioteca, bombardearon la ciudad de Teherán.
    Me escondí debajo de la mesa como un cobarde hasta que acabó, cuando deje de escucharlos, me di cuenta que mi familia podía haber muerto. Salí corriendo hasta mi casa, el corazón me palpitaba muy fuerte, sentía que me moría, cuando llegue a casa, estaba tal y como la había dejado.
    -Cariño ¿Estás bien?
    Mi madre por fin había parecido recuperar la consciencia, estaba en muy mal estado, estaba en los huesos, y tenía la cara llena de ojeras. La abrace muy fuerte, por fin había despertado, aunque en muy mal momento.
    Tiempo después el gobierno comenzó a hacer sus reformas, las mujeres estaban obligadas a llevar velo, para así evitar violaciones, a los hombres se nos prohibida a llevar corbata, se le consideraba signo occidental. Fui a varias manifestaciones, acompañado de Pardisse y de mi madre. Cuando nos atacaron brutalmente, a mi madre le dieron en la cara con una piedra, tuve que sacar a Pardisse corriendo de allí, no volví a ir una manifestación, temía por mi madre.
    La guerra comenzó, y como tal era penosa, los supermercados empezaron quedarse sin lo más básico, yo perdí mi trabajo tras la destrucción de la fábrica donde trabajaba, aunque me sentía feliz porque ya no tendría que volver a trabajar, eso significaría que nos quedaríamos sin dinero y que pasaría hambre, prefería tener la tripa vacía a que la tuvieran mis hermanos. Menos mal que Pardisse me ayudaba mucho, normalmente comía en su casa, aunque en contra de lo que sus padres opinaban.
    Sabíamos que había que contraatacar, habíamos de ir a por la capital Bagdad, pero para había que tener pilotos, pero estaban en prisión tras el golpe de estado, el tío de Pardisse era piloto de caza.
Recuerdo un día, estaba en casa de Pardisse, estábamos viendo la tele, cuando la programación se interrumpió, ninguno de los estábamos haciendo ningún caso a la tele, cuando sonó en la tele el himno, había sido cambiado por el régimen islámico, estábamos sorprendidos.
-Bienvenidos al noticiario de las ocho. Ciento cuarenta aviones F-14 iraníes han bombardeado Bagdad esta tarde.
Yo y Pardisse saltamos de alegría. Pero la alegría no había durado mucho, unas horas después nos enteramos de que habían aceptado bombardear Bagdad a cambio de la difusión del himno, pero no fue la peor noticia, la mitad de los aviones no habían regresado a sus bases, abrace a Pardisse mientras lloraba en mi hombro, seguramente su tío hubiera muerto en aquel ataque.

Días después me entere de la muerte de su tío, no se celebro nada, ni si quieran pudieron recuperar su cuerpo. Pardisse estaba destrozaba lloraba mucho, incluso falto a clase durante mucho días, yo lo único que podía hacer era abrazarla. Me sentía un inútil.
 Yo tenía quince años, cuando, un día en la escuela, llegaron unos hombres extraños, eran del ejercito, nos dieron una charla, nos hablaron del paraíso, que si teníamos la suerte de morir, en combate, podríamos ir al paraíso, donde habían mujeres, comida en abundancia, casas y diamantes. Yo no me lo creí, no tenía ganas de ir a la guerra por mi país, pero mis compañeros no los eran. Habia dejado la escuela bilingüe hacía un par de años, ahora iba a la escuela de mi barrio, éramos el barrio más pobre de la ciudad. Les prometía algo que jamás habían tenido.
Mucho de mis compañeros no les volví a ver, algunos de ellos murieron en el campo de batalla otros se quedaron con heridas de por vida, sobre todo sicológicas.
Aquel día, mientras volvía a casa, sentí que algo iba mal, era una sensación extraña que sentía en el estomago, lo sentía muy pesado, como si me hubiera tomado piedras. No ocurre nada me dije una y otra vez. Cuando me acerque a mi calle, me di cuenta de que algo iba mal, estaba completamente acordonada, corrí rápidamente.
-Dejadme pasar – les grite a los guardias- vivo allí.
Me dejaron pasar, pero ojala no lo hubieran hecho, el edificio donde vivía estaba completamente en ruinas, mi mundo se desmorono. Corrí aun mas rápido, deje la mochila tirada en la calle. Moví las piedras de lo que me quedaba de mi hogar, las lágrimas salieron de mis ojos como una cascada, ahora sabía cómo se sentía mi madre tras la pérdida de Ebi. Paso el tiempo, no sé cuánto, minutos segundos horas, no lo recuerdo.
La policía me saco allí arrastras, debían de encontrar los cadáveres de mi familia. Salí de allí rápidamente, corrí por la ciudad tan rápido como pude, solo me quedaba una persona, Pardisse. Su casa se encontraba al otro lado de Teherán. Llegue a su  edificio, estaba tal y como lo habia dejado ayer.
Subí por las escaleras rápidamente, el corazón me latía con fuerza. Le toque a la puerta con nerviosismo. Fue ella misma la que me abrió, tenía los ojos llorosos, seguramente se habia enterado de lo que había pasado y pensaba que yo estaba muerto.
-Pardisse yo…
Ella me puso los dedos en mis labios, para hacerme callar. Se acerco a mí y me beso. Fue un beso lento, pero lleno de cariño y de pasión, la abrace con fuerza, era lo único que me quedaba y no quería que le pasara nada. La agarre por la cintura y la acerque a ella. Nuestro beso me dejo extraño, era la primera vez nos besábamos.
-Mis padres me han comprometido- me dijo-me casare en dos meses, no nos podemos volver a ver.
Salí de allí corriendo ni si quiera me despedí de ella, había perdido todo lo quería en un solo día, ahora no había nada que me mantuviera con vida, me sentía más solo que nunca. Anduve por las calles de Teherán solo, retumbándome en la cabeza las palabras de Pardisse.
No me lo pensé dos veces. Ya no tenía ningún motivo para vivir, solo tenía quince años. Ese mismo día, me uní al ejercito, me dieron una llave de plástico como le habían entregada a mis compañeros de escuela, pues para mi tenía significado distintos. Me sentía como un desierto sin arena, me subieron a un autobús junto con los demás apoyos, todos ellos estaban ilusionados, yo me mantenía impasible.
Llegamos al campo de batalla, nos pusieron a cantar como idiotas, los demás entraron en trance, yo los ignore, solo quería morir haciendo algo importante. Nos lanzaron a un campo de batalla como perros, las bombas nos caían por todos lados, pero ya no me importaba. Los ojos se me nublaron, sentí como una bomba caía unos metros alrededor mío, después no recuerdo nada.
Me desperté días después en un hospital de campaña, me sentía extraño, me dolía mucho todo el cuerpo, me incorpore lentamente, tenía un vendaje que me rodeaba el pecho, no recordaba nada de lo que había pasado. Me di cuenta que me faltaba algo, mi pierna izquierda había desaparecido ya no me quedaba nada. Días después descubrí que me habían disparado en el pecho, pasando  unos milímetros del corazón
Después de aquello me quede en aquella tienda de campaña ayudando a los médicos, sobre todo retiraba los cuerpo. Llevaba un palo de escoba como pierna. Vi a pasar amucho jóvenes por aquellas camas, casi todos murieron convirtiéndose en mártires.
Cuando acabo la guerra yo tenía veinte años, pero ya me sentía cansado de vivir, la guerra había dado sentido a mi vida, y había quedado sin nada porque vivir otra vez. Me traslades a la casa de mis abuelo, los padres de mi madre, aunque no los había conocido nunca me trataron muy bien. Una noche mientras dormían, yo veía la tele, por miedo a las pesadillas, cuando tocaron a la puerta. Moví mi silla de ruedas hasta la puerta y allí apareció Pardisse, parecía más mayor que la edad que tenía. Aunque le tenía mucho rencor, nos abrazamos.
-Solo quiero estar contigo…- me susurro al oído- escapemos a otro lugar.
Me conto que sus padre habían muerto, pero igualmente se caso con su prometido, era un islámico fanático como mi padre, le había pegado alguna vez, por no quedarse embarazada, aunque ella lo había evitado. Aquella noche se había escapado de su casa. Ese mismo día escapamos del país entre un rebaño de ovejas.

Nos instalamos en Francia, junto con familia que había emigrado allí durante la guerra. Tantos años han pasado y aun no he vuelto a mi país. Pardisse y yo hemos tenido tres hijos, aun echo de menos a mi dulce madre, y mis siete hermanos, pero al único que no echo de menos es a mi padre. No he derramado ni una sola lagrima por el…

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