La primera vez que la vi, apenas tenía debía tener unos catorce años. Su cabello rojo como la sangre, brillaba con los reflejos del sol, recogido en un moño, estaba adornado con una peineta de oro puro, en ellos estaban incrustados de gemas azules. Su piel era blanca, pura como la nieve, como el mármol, como aquellas piedras que encuentras en los ríos, impolutas y perfectas. Sus labios era como las cerezas, rojos, con cierto toque rosado. En su cara, se podía ver aun los restos de su infancia, sus mejillas redondas, sus ojos azulados, como el cielo de medio día, brillantes como la luna. Vestía con un kimono negro, con mangas largas, bordado con tonos rojos y dorados, su obi era blanco, el obijime y el obidime eran dorados.
Mi respiración se paro, solo podía mirar su sonrisa, sus perfectos dientes blancos. Me arrodille ante ella como hicimos todos los sirvientes, y me postre, por primera vez lo hice con gusto. Por el rabillo del ojo podía ver su kimono, sus blancas sobre su regazo. Era perfecta, como el amanecer, como los primero copos de nieve, como la luna llena.
-Esta es mi hija adoptiva- dijo el amo- viene de occidente.
Sonrió, mostrando sus dientes perfectos. No pude evitar un escalofrió que me recorrió la espalda con lentitud, mi boca se quedo seca, como si jamas hubiera probado el agua entre mis labios. La mire de reojo, intentando aparentar que en realidad mi vista estaba pegada al suelo. Miraba al frente, hacía el amo.
Yo en aquel momento simplemente tenía trece años, jamas había visto a una niña de mi edad hasta ahora.
Sonrió, mostrando sus dientes perfectos. No pude evitar un escalofrió que me recorrió la espalda con lentitud, mi boca se quedo seca, como si jamas hubiera probado el agua entre mis labios. La mire de reojo, intentando aparentar que en realidad mi vista estaba pegada al suelo. Miraba al frente, hacía el amo.
Yo en aquel momento simplemente tenía trece años, jamas había visto a una niña de mi edad hasta ahora.
***
Para mi edad, era bastante desgarbado. Mi cabello era rubio como la paja, le llevaba desigual por encima de las orejas, mi tez era oscura, por haber estado trabajando bajo el sol en más de una ocasión durante largos periodos. Mis dedos estaban llenos de durezas, al igual que mis pies. Era delgaducho, estaba en los huesos y apenas tenía una fina capa de musculo. Mi cara, era como la de todo el mundo, no tenía nada de especial, ojos oscuros, labios pequeños. Solía vestir un simple yukata, y en ocasiones especiales ropas viejas que me habían regalado.
Mi carácter era servicial, para alguien que llevaba sirviendo desde que tenía seis años, también desconfiado, había recibido las suficientes palizas durante mi vida para saber que la gente no era de confianza, incluso los criados con los que servía. También era duro como la piedra, incluso algunos dirían que frió y muy solitario.
Pero ella era justo lo contrario.
Su sonrisa era perfecta. Parecía estar siempre tan alegre, como un pájaro libre, sin preocupaciones. Su risa era como el canto de una sirena (aunque jamas había escuchado una, imaginaba que debían de ser así) Me embelesaba cada vez que la oía. Pasaba poco tiempo junto a ella, yo era un hombre, y ella siempre estaba acompañada de mujeres, que la divertían y cumplían sus placeres. Simplemente estaba en su presencia en momentos puntuales, llevando o trayendo algún manjar, y cosas por ese estilo.
Cuando estaba acostado en el futon, soñaba con su cabello rojo, su risa angelical, sus delicadas manos, sus azules, brillantes como un zafiro. Cerraba los ojos e imaginaba que ella se dirigía a mí, llamándome por mi nombre... "Hatsu- decía, nombre se formaba en sus labios." Me dormía todas las noches pensando en ella.
***
La primera vez que se dirigió a mi, fueron apenas cinco palabras.
-¿Y cual es tu nombre?- dijo, mirándome con una sonrisa.
-Hatsu-dije, me atreví a mirarla directamente a la cara, sus ojos azules se fijaron directamente en mis ojos, pero yo desvié la mirada al suelo, fijándome en mis dedos llenos de callos. Note como mis mejillas se encendían como su cabello.
-No deberías preguntarle su nombre- dijo en un gruñido el amo.
Los dos se encontraban mirando el jardín que se extendía alrededor de la casa, en aquel momento yo trabajaba en ellos. Quitando las malas hiervas, arreglando los arboles y el estanque de carpas.
-No es malo saber el nombre de los criados- dijo, desviando la mirada hacía el amo, no te como una presión aliviaba mi estomago, y mi corazón volvía a latir con normalidad
-Los criados son solo criados- dijo con un gruñido, y fijo sus ojos negros en mi, vi como una furia le recorría por dentro, se levanto y como un torbellino se dirigió hacía mi. No era la primera vez que lo veía en aquel estado, y la cosa no solía terminar bien- ¡Te atreves a mirar a tu ama con deseo!
-Jamas mi señor- dije arrodillandome ante él, en señal de sumisión, pero me di cuenta que ya había visto mis mejillas sonrojadas. No iba acabar bien para mi.
-No mientas- escupió, acto seguido, me agarro del cabello, obligándome a alzar la vista, su piel era grasienta, llena de arrugas, apenas le quedaban cabellos en su cabezota. Sus ojos eran rasgados, como el resto de la gente de allí- acéptalo y tu castigo sera menos severo.
-Jamas e mirado a su hija con otras intenciones que servirla-dije, manteniendo una mirada desafiante, me podría haber matado solo por aquello, pero el amo no era una de esas personas que se contentaba con la muerte, le gustaba ver más sufrir que aquello.
-Paga con las consecuencias- gruño.
Como si hubiera tocado una campanilla, dos criados como yo, me agarraron por los hombros y me arrastraron. En el centro del jardín, había un banco de piedra que el amo había mandado a construir cuando aun era joven, para disfrutar del lugar con esposa, hasta que ella murió y era utilizado como castigo. Me obligaron a quitarme la parte superior del yukata, me recostaron en el banco y agarraron mis hombros para que me mantuviera inmóvil sobre la fría piedra.
-Esto te va a doler- dijo uno de mis captores.
El amo se acerco a nosotros, con un látigo en sus manos. Trague saliva. Pegue mi mejilla a la piedra, estaba fría, aquello no me tranquilizaba para nada. Podía escuchar sus pasos, sus ropas siendo arrastradas por la hierba. No intente escapar, ni removerme, aquello hubiera significado que era culpable.
-Te doy una ultima oportunidad- dijo- acéptalo y tu castigo sera peor.
-Amo-dije- jamas e mirado a su hija con esas intenciones.
Apenas me dejo terminar la frase. El látigo ascendió por encima de su cabeza, y seguidamente, bajo hacía mi espalda. Un escozor me recorrió la espalda, como si me hubieran quemado, me mordí el labio inferior para no gritar. Volvió a alzar el látigo y lo aplaco en mi espalda. No grite aquella vez, ni la segunda, ni si quiera la tercera, y tras diez latigazos tampoco lo hice. Simplemente notaba la sangre en mi boca por haberme mordido el labio con demasiada fuerza. Tras veinte latigazos, estaba semiconsciente. Todo parecía borroso, con neblina, mis labios ya no tenían fuerza ni para intentar gritar, ya no me resistía, simplemente estaba sobre la piedra, tirado como un perro.Golpeo de nuevo mi espalda, como si me pusieran hierro ardiendo, pero ya había perdido parte de la sensibilidad.
-Espero que hayas aprendido la lección- escupió sus palabras, aunque yo apenas las escuchaba, el dolor nublaba todo- Y ahora sigue trabajando.
Me levante con cuidado, aunque tenía toda la piel de la espalda arrancada literalmente. Me ate mejor el yukata lo mejor que pude. Sentía como si me hubieran arrancado todas las fuerzas, como si hubiera estado trabajando durante años sin un misero descanso. Intente andar, pero caí apenas dar dos pasos. La sangre recorría mi espalda como si de agua se tratase surgiendo de una montaña. Dolía. En apenas unos segundos acabe inconsciente.
El amo se acerco a nosotros, con un látigo en sus manos. Trague saliva. Pegue mi mejilla a la piedra, estaba fría, aquello no me tranquilizaba para nada. Podía escuchar sus pasos, sus ropas siendo arrastradas por la hierba. No intente escapar, ni removerme, aquello hubiera significado que era culpable.
-Te doy una ultima oportunidad- dijo- acéptalo y tu castigo sera peor.
-Amo-dije- jamas e mirado a su hija con esas intenciones.
Apenas me dejo terminar la frase. El látigo ascendió por encima de su cabeza, y seguidamente, bajo hacía mi espalda. Un escozor me recorrió la espalda, como si me hubieran quemado, me mordí el labio inferior para no gritar. Volvió a alzar el látigo y lo aplaco en mi espalda. No grite aquella vez, ni la segunda, ni si quiera la tercera, y tras diez latigazos tampoco lo hice. Simplemente notaba la sangre en mi boca por haberme mordido el labio con demasiada fuerza. Tras veinte latigazos, estaba semiconsciente. Todo parecía borroso, con neblina, mis labios ya no tenían fuerza ni para intentar gritar, ya no me resistía, simplemente estaba sobre la piedra, tirado como un perro.Golpeo de nuevo mi espalda, como si me pusieran hierro ardiendo, pero ya había perdido parte de la sensibilidad.
-Espero que hayas aprendido la lección- escupió sus palabras, aunque yo apenas las escuchaba, el dolor nublaba todo- Y ahora sigue trabajando.
Me levante con cuidado, aunque tenía toda la piel de la espalda arrancada literalmente. Me ate mejor el yukata lo mejor que pude. Sentía como si me hubieran arrancado todas las fuerzas, como si hubiera estado trabajando durante años sin un misero descanso. Intente andar, pero caí apenas dar dos pasos. La sangre recorría mi espalda como si de agua se tratase surgiendo de una montaña. Dolía. En apenas unos segundos acabe inconsciente.
***
No volví a tener contacto con ella hasta meses después. Evito mirarme por encima de todo. Remordimientos o cualquier otra cosa. No lo sabía. Pero me dolía. Me recupere de mis heridas con lentitud, y las cicatrices serian como un recordatorio permanente. Eran como una marca de fuego sobre mi espalda. No me volví a acercar más a ella hasta aquel día. Había pasado un año desde que llego. El amo nos pidió a mi y a un par de criados en una de las salas, con ella. Llevaba simplemente una bata y parecía muy asustada. Su cabello estaba recogido en un moño simple, nada comparable a lo que solía llevar Junto con el amo había un hombre que jamas había visto. Era mayor, muy mayor, arrugado, con piel blanquecina y pelo blanco, enfrente de él, había un rollo de tela, cubierto de agujas y botes con distintos colores. Me temía lo peor. No era la primera vez que veía a aquel hombre.
-Seiseki- dijo el amo, aquel nombre se lo había dado por sus ojos y su cabello- quítate la ropa.
Se levanto, estaba temblando, se dio la vuelta y se desabrocho la bata, y la dejo caer al suelo. Únicamente llevaba un fundoshi. Mis ojos se abrieron como platos. Mire su espalda, era perfecta, piel perlada, blanca. Baje la mirada y no pude detener mi vista. La desvié al suelo, y tuve que tapar mi erección. En aquel momento me era imposible controlar mi cuerpo, mi corazón latía en mi pecho con velocidad y en mis oídos. Mis mejillas ardían. Mi cabello cubría la mayoría de mi cara, ya que lo llevaba suelto. De reojo pude ver como se acostaba, el hombre viejo se acerco con aquel rollo lleno de agujas. En su cuerpo pinto un dragón oriental, su cabeza estaba en el omóplato derecho y descendía hasta su muslo. Aquella era la marca del clan del amo, pretendía marcarla como de su propiedad. El dibujo era precioso, muy detallado, pero no valía la pena.
-Sujetadla-dijo el amo.
Había conseguido relajarme al no mirarla. Me levante con cuidado al igual que el resto de los criados que habíamos ido, nos arrodillamos a su lado, yo le sujete contra el suelo. Su piel era suave, perfecta. El hombre se lamió los labios y pude ver la expresión en su rostro. Sentí asco, de mi mismo, yo también debía de haber tenido aquella expresión en el rostro hacía un momento. Me avergonzaba de mi mismo. Mojo una de las agujas y comenzó con el tatuaje.
Al principio parecía soportar el dolor, solo apretaba los dientes. Empezó a moverse, pero a la fuerza conseguimos mantenerla quieta. Gemía de dolor, incluso llego a llorar. El amo ni se inmutaba, incluso sonreía. Mi corazón simplemente estaba encogido. Se revolvía entre mis manos. Era como tener un pájaro enjaulado, sufría al estar enjaulado, pero si volaba lejos moriría. Seisiki se encontraba en una situación similar. Si dejaba aquella casa, acabaría convirtiéndose en una prostituta, y su belleza se apagaría con el tiempo.
Acabo el tatuaje cuando ya no le quedaban fuerzas ni para llorar. Se encogió sobre si misma. y no dijo nada.
-Seiseki- dijo el amo, aquel nombre se lo había dado por sus ojos y su cabello- quítate la ropa.
Se levanto, estaba temblando, se dio la vuelta y se desabrocho la bata, y la dejo caer al suelo. Únicamente llevaba un fundoshi. Mis ojos se abrieron como platos. Mire su espalda, era perfecta, piel perlada, blanca. Baje la mirada y no pude detener mi vista. La desvié al suelo, y tuve que tapar mi erección. En aquel momento me era imposible controlar mi cuerpo, mi corazón latía en mi pecho con velocidad y en mis oídos. Mis mejillas ardían. Mi cabello cubría la mayoría de mi cara, ya que lo llevaba suelto. De reojo pude ver como se acostaba, el hombre viejo se acerco con aquel rollo lleno de agujas. En su cuerpo pinto un dragón oriental, su cabeza estaba en el omóplato derecho y descendía hasta su muslo. Aquella era la marca del clan del amo, pretendía marcarla como de su propiedad. El dibujo era precioso, muy detallado, pero no valía la pena.
-Sujetadla-dijo el amo.
Había conseguido relajarme al no mirarla. Me levante con cuidado al igual que el resto de los criados que habíamos ido, nos arrodillamos a su lado, yo le sujete contra el suelo. Su piel era suave, perfecta. El hombre se lamió los labios y pude ver la expresión en su rostro. Sentí asco, de mi mismo, yo también debía de haber tenido aquella expresión en el rostro hacía un momento. Me avergonzaba de mi mismo. Mojo una de las agujas y comenzó con el tatuaje.
Al principio parecía soportar el dolor, solo apretaba los dientes. Empezó a moverse, pero a la fuerza conseguimos mantenerla quieta. Gemía de dolor, incluso llego a llorar. El amo ni se inmutaba, incluso sonreía. Mi corazón simplemente estaba encogido. Se revolvía entre mis manos. Era como tener un pájaro enjaulado, sufría al estar enjaulado, pero si volaba lejos moriría. Seisiki se encontraba en una situación similar. Si dejaba aquella casa, acabaría convirtiéndose en una prostituta, y su belleza se apagaría con el tiempo.
Acabo el tatuaje cuando ya no le quedaban fuerzas ni para llorar. Se encogió sobre si misma. y no dijo nada.
***
Paso días enteros dolorida. No salía de sus aposentos y debían de llevarle la comida, pero solo podían entrar mujeres. Pase días enteros sin verla, aunque eso no detuvo mis sueños. Después de verla casi desnuda, se podría decir, que venía a visitarme en sueños. Por culpa de aquello debía de lavar mi viejo futon a diario. No era una experiencia agradable. Los demás hombre me miraban y murmuraban, sus risas por lo bajo me molestaban, así que lo único que me quedaba era ignorarlos.
Trabajaba día a día y solo podía pensar en ella. Mis pensamientos iban y venían.
Trabajaba día a día y solo podía pensar en ella. Mis pensamientos iban y venían.
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Nota: Seisiki. 青赤 (ROJO-AZUL)Nota: Fundoshi: es una pieza grande de tela que se anuda al cuerpo para formar una especie de calzoncillo o tanga que deja las nalgas al descubierto. Hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, el fundoshi fue la prenda de ropa interior para hombres más usada en Japón, sin embargo, rápidamente quedó fuera de uso después de la guerra, con la llegada de la nueva ropa interior al mercado japonés, como las trusas y los boxers.
Hoy en día se sigue usando entre luchadores de sumo, como traje de baño y como prenda para estar en casa.
Hay muchos tipos de fundoshi: el Rokushaku, el Kuroneko, el Mokko y el Etchū. (Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Fundoshi)
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