Esta historia también la escribí para el concurso de mi instituto, pero con un año de diferencia con las demás.
El desierto
sin arena
Mi nombre es Reza. Mi nombre es el mismo
que el del padre del Sha, el mismo hombre
que dio un golpe
de estado en
Irán sumiéndola en una dictadura.
En 1980, yo tenía apenas doce años, vivía
en uno
de los barrios
más pobres de la
ciudad de Teherán, me crie en la
mayor de las
pobrezas, cuantas noches
trabajando sin descanso,
para por la mañana
poder ir a la
escuela, apenas dormía. Ni si
quiera yo trabajando, el mayor de ocho hermano, apenas teníamos para llevarnos
a la boca. Mi padre, un islámico hasta los huesos, era un hombre muy estricto
con la religión, nos educo a todos nosotros como lo educaron a él, mi madre, la
recuerdo como una mujer tímida y sometida por completo a su marido.
¡Cuántas veces tuve que defender a mi pobre
madre, de los ataques de rabia!
Aun recuerdo la revolución islámica en
1979. Mi madre había conseguido enviarme a una escuela bilingüe -a escondidas
de mi severo padre- ese mismo año, separándome de mis compañeras, obligándolas
a ellas a llevar velo, pero a la que más eche de menos fue a mi querida
Pardisse, aquella muchacha de ojos verdes, algo raro entre los iranís. Me
sentía muy solo en la escuela sin ella, aunque a la salida, pasábamos las tardes
los dos juntos mirando el cielo, cuando debía dormir.
Una noche mientras mis hermanos dormían, yo
me preparaba para ir a trabajar a las fábricas, encontré a mi madre llorando en
el aseo, una furia me recorrió por dentro, pensaba que había vuelto a ser mi
padre, que la había golpeado de nuevo, me acerque a ella.
-¿Qué ocurre madre?- le pregunte.
Ella me sonrió, dulcemente.
-Nada tesoro- me dijo mientras se secaba
las lágrimas.
Días después, me entere que la policía
había prendido fuego a un cine, no socorrieron a las víctimas y aporrearon a
los que intentaban ayudar, los bomberos llegaron cuarenta minutos después.
Había cuatrocientos muertos, entre ellos la hermana pequeña de mi madre. Mi
padre no nos dejo ir al entierro, decía que se lo tenía merecido.
Cada día había manifestaciones, yo fui a
unas cuantas junto con mi madre, sin que mi padre se enterara. El ejército nos disparaba y nosotros le
tirábamos piedras, aunque con solo doce años, mi madre me había criado con una
mente abierta, al contrario de mi padre, que prefería no hacerme ni caso.
Hubo muchas manifestaciones, y a la vez
muertos pero todos buscábamos la
libertad, después de tantos años de dictadura. Aun recuerdo el fin del Sha como
si fuera ayer, era una de las pocas horas que podía ver la tele sin que mi
padre estuviera en medio molestándome.
-He comprendido vuestra revuelta- dijo el
Sha- todos juntos intentaremos avanzar hacia la democracia...
La cara de mi madre, se ilumino como el
sol. Cada día caían más de sus estatuas y más imágenes se quemaban. Recuerdo
como mi madre quemaba una vieja imagen del Sha en la chimenea, yo le acompañe
con vítores, la democracia era cercana. El día de su marcha, el país vivió la
fiesta más grande de su historia, incluso mi padre, lo celebro, era la primera
vez que mi padre y yo estábamos de acuerdo en algo.
Las escuelas volvieron abrir, y pude volver
a ir a clase con Pardisse, mi vida volvió a recobrar sentido de nuevo. A sus
padre no les hacía mucha gracia que se juntara conmigo, incluso le prohibieron
salir a la calle por la excusa de que iba muy mal en los estudios. Me sentí
como si me hubieran dado una patada en el estomago, porque sabía que era
mentira, Pardisse era la mejor estudiante de la clase. ¿Era porque vivía en un
lugar pobre y mi padre era un fanático religioso?
Seguramente tendrían mucho miedo de lo que
podía ocurrir a Pardisse si se casaba algún día conmigo, pero yo no era como mi
padre. Lo único que quería es que ella
fuera feliz, me daba igual que ella fuera persa. La única que conocía a
Pardisse era mi hermano pequeño, de tres años, a ella le encantaban los niños,
y yo solo quería hacerla feliz.
Días después, los prisioneros del régimen
fueron liberados, entre ellos mi tío, era el hermano pequeño de mi padre,
encarcelado por comunista hacia tres años. Mi padre jamás le mostró ningún
cariño, incluso le repudiaba. Mi
madre había estado enamorada de él hacía
varios años, antes de casarse.
Mi madre le acogió en su casa, cuando mi
padre llegó aquella noche, fue una de las peores palizas que recuerdo desde que
tengo memoria. Estuvo varios días en cama sin apenas poder moverse, cuando
consiguió levantarse, cojeo de un pie el
resto de su vida. Ebi, el hermano de mi padre, tuvo que salir de la casa por
petición mía. Aunque estuve en contacto con él.
La revolución política llegaba, las
elecciones llegaron, ganado la república islámica, aunque sabía que era
mentira. Mi madre sabía lo que podía ocurrir, después de aquello la gente
comenzó a irse del país, yo no sabía quién de mis familiares se habían ido,
estábamos completamente aislados, por culpa de mi padre.
Días después me entere de la muerte de mi
tío, mi madre lloró desconsolada durante mucho tiempo, mientras que mi padre la
ignoraba. En ese momento me di cuenta de que aun lo amaba, aunque jamás podrían
estar juntos. Fuimos a su funeral a escondidas, apenas éramos cinco personas,
teníamos miedo. La única persona en la me podía apoyar era en Pardisse, y en la
pobre de mi madre, que ya no parecía ser ella, si no un cuerpo sin vida. Los
que lo habían asesinado se hacían llamar a sí mismo la justicia divina. Teníamos miedo por si venían a por nosotros,
pero nuestro padre era uno de ellos y nunca nos molestaron, aunque me hervía la
sangre de solo pensarlo, no podía hacer nada, él era más grande y más fuerte
que yo
Solo era un crio de trece años, que era
demasiado despierto para mi edad. Incluso en algunas ocasiones pensé en
asesinarlo, pero sabía que lo necesitábamos para vivir, ya que mi madre no
podía apenas caminar, y yo no ganaba suficiente en la playa.
Lo único por lo que tenía ganas de vivir
era por Pardisse, sus ojos verdes eran como una luz en la noche, y con la que
podía hablar de de política tranquilamente, ya que con la pobre de mi madre no
podía hacerlo, parecía tener un cuerpo
pero sin alma. Muchas veces la oía murmurar cosas sin sentido pero todas ellas
tenían que ver con la misma persona.
-Mi querido Ebi- lo oí decir en una
ocasión.
Acababa
de volver del trabajo, eran las tantas de la mañana, dormía en el sofá
porque mi padre no la soportaba. Por su cara le caían lágrimas y ni si quiera
estaba despierta. Tenía el cuerpo lleno de moratones, mi padre procuraba en
golpearla en lugares donde no se viera fácilmente.
-Te hecho tanto de menos- dijo- Te quiero,
mucho Ebi.
Aquellas palabras me conmovieron profundamente, la acune entre mis brazos, yo
también llore, hasta que amaneció, aquel día no fui clase, la cuide durante
todo el día, hasta que volví a trabajar. Mientras estudiaba en la biblioteca,
bombardearon la ciudad de Teherán.
Me escondí debajo de la mesa como un
cobarde hasta que acabó, cuando deje de escucharlos, me di cuenta que mi
familia podía haber muerto. Salí corriendo hasta mi casa, el corazón me
palpitaba muy fuerte, sentía que me moría, cuando llegue a casa, estaba tal y
como la había dejado.
-Cariño ¿Estás bien?
Mi madre por fin había parecido recuperar
la consciencia, estaba en muy mal estado, estaba en los huesos, y tenía la cara
llena de ojeras. La abrace muy fuerte, por fin había despertado, aunque en muy
mal momento.
Tiempo después el gobierno comenzó a hacer
sus reformas, las mujeres estaban obligadas a llevar velo, para así evitar
violaciones, a los hombres se nos prohibida a llevar corbata, se le consideraba
signo occidental. Fui a varias manifestaciones, acompañado de Pardisse y de mi
madre. Cuando nos atacaron brutalmente, a mi madre le dieron en la cara con una
piedra, tuve que sacar a Pardisse corriendo de allí, no volví a ir una
manifestación, temía por mi madre.
La guerra comenzó, y como tal era penosa,
los supermercados empezaron quedarse sin lo más básico, yo perdí mi trabajo
tras la destrucción de la fábrica donde trabajaba, aunque me sentía feliz porque
ya no tendría que volver a trabajar, eso significaría que nos quedaríamos sin
dinero y que pasaría hambre, prefería tener la tripa vacía a que la tuvieran
mis hermanos. Menos mal que Pardisse me ayudaba mucho, normalmente comía en su
casa, aunque en contra de lo que sus padres opinaban.
Sabíamos que había que contraatacar,
habíamos de ir a por la capital Bagdad, pero para había que tener pilotos, pero
estaban en prisión tras el golpe de estado, el tío de Pardisse era piloto de
caza.
Recuerdo
un día, estaba en casa de Pardisse, estábamos viendo la tele, cuando la
programación se interrumpió, ninguno de los estábamos haciendo ningún caso a la
tele, cuando sonó en la tele el himno, había sido cambiado por el régimen
islámico, estábamos sorprendidos.
-Bienvenidos
al noticiario de las ocho. Ciento cuarenta aviones F-14 iraníes han bombardeado
Bagdad esta tarde.
Yo
y Pardisse saltamos de alegría. Pero la alegría no había durado mucho, unas
horas después nos enteramos de que habían aceptado bombardear Bagdad a cambio
de la difusión del himno, pero no fue la peor noticia, la mitad de los aviones
no habían regresado a sus bases, abrace a Pardisse mientras lloraba en mi hombro,
seguramente su tío hubiera muerto en aquel ataque.
Días
después me entere de la muerte de su tío, no se celebro nada, ni si quieran
pudieron recuperar su cuerpo. Pardisse estaba destrozaba lloraba mucho, incluso
falto a clase durante mucho días, yo lo único que podía hacer era abrazarla. Me
sentía un inútil.
Yo tenía quince años, cuando, un día en la
escuela, llegaron unos hombres extraños, eran del ejercito, nos dieron una
charla, nos hablaron del paraíso, que si teníamos la suerte de morir, en
combate, podríamos ir al paraíso, donde habían mujeres, comida en abundancia,
casas y diamantes. Yo no me lo creí, no tenía ganas de ir a la guerra por mi
país, pero mis compañeros no los eran. Habia dejado la escuela bilingüe hacía
un par de años, ahora iba a la escuela de mi barrio, éramos el barrio más pobre
de la ciudad. Les prometía algo que jamás habían tenido.
Mucho
de mis compañeros no les volví a ver, algunos de ellos murieron en el campo de
batalla otros se quedaron con heridas de por vida, sobre todo sicológicas.
Aquel
día, mientras volvía a casa, sentí que algo iba mal, era una sensación extraña
que sentía en el estomago, lo sentía muy pesado, como si me hubiera tomado
piedras. No ocurre nada me dije una y otra vez. Cuando me acerque a mi calle,
me di cuenta de que algo iba mal, estaba completamente acordonada, corrí
rápidamente.
-Dejadme
pasar – les grite a los guardias- vivo allí.
Me
dejaron pasar, pero ojala no lo hubieran hecho, el edificio donde vivía estaba
completamente en ruinas, mi mundo se desmorono. Corrí aun mas rápido, deje la
mochila tirada en la calle. Moví las piedras de lo que me quedaba de mi hogar,
las lágrimas salieron de mis ojos como una cascada, ahora sabía cómo se sentía
mi madre tras la pérdida de Ebi. Paso el tiempo, no sé cuánto, minutos segundos
horas, no lo recuerdo.
La
policía me saco allí arrastras, debían de encontrar los cadáveres de mi
familia. Salí de allí rápidamente, corrí por la ciudad tan rápido como pude,
solo me quedaba una persona, Pardisse. Su casa se encontraba al otro lado de
Teherán. Llegue a su edificio, estaba
tal y como lo habia dejado ayer.
Subí
por las escaleras rápidamente, el corazón me latía con fuerza. Le toque a la
puerta con nerviosismo. Fue ella misma la que me abrió, tenía los ojos
llorosos, seguramente se habia enterado de lo que había pasado y pensaba que yo
estaba muerto.
-Pardisse
yo…
Ella
me puso los dedos en mis labios, para hacerme callar. Se acerco a mí y me beso.
Fue un beso lento, pero lleno de cariño y de pasión, la abrace con fuerza, era lo
único que me quedaba y no quería que le pasara nada. La agarre por la cintura y
la acerque a ella. Nuestro beso me dejo extraño, era la primera vez nos
besábamos.
-Mis
padres me han comprometido- me dijo-me casare en dos meses, no nos podemos
volver a ver.
Salí
de allí corriendo ni si quiera me despedí de ella, había perdido todo lo quería
en un solo día, ahora no había nada que me mantuviera con vida, me sentía más
solo que nunca. Anduve por las calles de Teherán solo, retumbándome en la
cabeza las palabras de Pardisse.
No
me lo pensé dos veces. Ya no tenía ningún motivo para vivir, solo tenía quince
años. Ese mismo día, me uní al ejercito, me dieron una llave de plástico como
le habían entregada a mis compañeros de escuela, pues para mi tenía significado
distintos. Me sentía como un desierto sin arena, me subieron a un autobús junto
con los demás apoyos, todos ellos estaban ilusionados, yo me mantenía
impasible.
Llegamos
al campo de batalla, nos pusieron a cantar como idiotas, los demás entraron en
trance, yo los ignore, solo quería morir haciendo algo importante. Nos lanzaron
a un campo de batalla como perros, las bombas nos caían por todos lados, pero
ya no me importaba. Los ojos se me nublaron, sentí como una bomba caía unos
metros alrededor mío, después no recuerdo nada.
Me
desperté días después en un hospital de campaña, me sentía extraño, me dolía
mucho todo el cuerpo, me incorpore lentamente, tenía un vendaje que me rodeaba
el pecho, no recordaba nada de lo que había pasado. Me di cuenta que me faltaba
algo, mi pierna izquierda había desaparecido ya no me quedaba nada. Días
después descubrí que me habían disparado en el pecho, pasando unos milímetros del corazón
Después
de aquello me quede en aquella tienda de campaña ayudando a los médicos, sobre todo
retiraba los cuerpo. Llevaba un palo de escoba como pierna. Vi a pasar amucho
jóvenes por aquellas camas, casi todos murieron convirtiéndose en mártires.
Cuando
acabo la guerra yo tenía veinte años, pero ya me sentía cansado de vivir, la
guerra había dado sentido a mi vida, y había quedado sin nada porque vivir otra
vez. Me traslades a la casa de mis abuelo, los padres de mi madre, aunque no
los había conocido nunca me trataron muy bien. Una noche mientras dormían, yo
veía la tele, por miedo a las pesadillas, cuando tocaron a la puerta. Moví mi
silla de ruedas hasta la puerta y allí apareció Pardisse, parecía más mayor que
la edad que tenía. Aunque le tenía mucho rencor, nos abrazamos.
-Solo
quiero estar contigo…- me susurro al oído- escapemos a otro lugar.
Me
conto que sus padre habían muerto, pero igualmente se caso con su prometido,
era un islámico fanático como mi padre, le había pegado alguna vez, por no
quedarse embarazada, aunque ella lo había evitado. Aquella noche se había
escapado de su casa. Ese mismo día escapamos del país entre un rebaño de
ovejas.
Nos
instalamos en Francia, junto con familia que había emigrado allí durante la
guerra. Tantos años han pasado y aun no he vuelto a mi país. Pardisse y yo
hemos tenido tres hijos, aun echo de menos a mi dulce madre, y mis siete
hermanos, pero al único que no echo de menos es a mi padre. No he derramado ni
una sola lagrima por el…