Violeta
Cuando muere alguien que te importa, supongo que sientes, que el corazón te sangre, no literalmente. Yo no sé lo que se siente, jamás he perdido a nadie importante, eso debería alegrarme, pero siento que no comprendo a la gente cuando muere alguien importante para ellos.
Aquella mañana no era diferente a las demás. Dormía tranquilamente entre las mantas de mi cama, cuando mi madre me despertó. Aquel día significaba el final del verano y el comienzo del nuevo curso. No tenía ganas de dar fin a las vacaciones, pero no existe una máquina del tiempo, que paren las horas.
Gruñí mientras mi madre corría las ventanas, sus ojos verdes detonaban alegría, como era normal en ella, su cabello miel estaba recogido con lápices de colores, su frágil pie brillaba con la luz solar, sus rasgos eran delicados, vestía con un jersey morado, vaqueros, y botas altas negras. Me escondí debajo de las sabanas, cansada.
-No seas dormilona- dijo sonriendo como mil soles- hoy es tu primer día de clase.
-No tengo ganas de ir al instituto- dije tapándome aun más.
Mi madre rio cantarinamente. Aquella risa me ponía cabreada, porque ella detonaba alegría por todos los poros de su cuerpo, mientras que ello prefería estarme quietecita. Me escondí aun más, sabiendo que no me esperaba un día bueno.
Después de dieciséis años, viviendo en la gran ciudad, mi madre le dio un ataque y decidió que era hora de cambiar la contaminación, los ruidos de los coches y a nuestro pequeño apartamento del centro, por un pueblo perdido por las montañas. Deje atrás, a mi única amiga, Pam, la única persona que me había entendido hasta ahora, la casa donde había crecido donde había estado desde que tenía recuerdos. Lo deje todo para ir con mi madre, una escritora de gran éxito, que necesitaba inspiración después de quedarse atascada en un capitulo desde hacía mes.
Cuando lo empaquete todo, un par de lágrimas se derramaron por mi rostro. Pase el máximo tiempo con Pam, viendo películas antiguas hasta el amanecer, también llore. Le di un abrazo muy fuerte y le hice prometer que me visitaría lo antes posible. Después subí al coche, y vi como toda mi vida se rompía en pedacitos.
Llevaba un mes allí, me seguía pareciendo el lugar más perdido que había conocido jamás. Apenas había cobertura y tenía que dar vueltas por toda la casa para encontrarla, era horrible. Apenas había salido de la casa, me mantenía acostada la mayoría del tiempo en el sofá.
-Todo irá bien cariño- dijo mi madre subiendo por las escaleras hasta mi cama.
Mi madre, me había concedido el gran honor de dejarme el cuarto más grande la casa. Había pintado las paredes de azul celeste, grandes ventanales que iban del suelo al techo en la mayoría de las paredes, excepto en la que estaba mi cama. Los suelos como el resto de la casa eran de madera oscura. Mi cama, era como una litera, pero en la parte de abajo tenía mi escritorio. El armario era empotrado a la pared, también tenía una cómoda, además de un aseo propio.
Vivíamos en una de esas típicas casas modernas, que habían vendido a mi madre muy barata, por los problemas de acceso que había para llegar hasta allí. Vivíamos literariamente perdidas en las montañas, completamente asolas.
Mi padre nos había abandonado cuando yo era apenas un bebe, aunque mi madre, siempre tan alegre, no le gustaba hablar del tema. Así que no sabía que era tener una figura paterna.
Me asome entre las sabanas, pude ver a mi madre con una gran sonrisa pintada en su rostro.
-¿Me prometes que todo irá bien?- le dije saliendo de mi perfecto escondite.
-Si cariño, eres una gran persona- dijo acariciando uno de mis mechones de pelo- harás amigos rápido.
-¿Y si no es así?- dije cansada.
Esa no era la única razón por la que me había mudado, durante mis tres años anteriores de instituto, había recibido el acoso de mis compañeros de escuela diariamente. Aunque sabía que mi madre lo hacía por mí, decía que por el tema de su libro, así no me entristecía, que por mi culpa lo hubiera tenido que dejar todo atrás.
Mi madre no me respondió a aquella pregunta, bajo de mi cama y volvió a mostrar su brillante sonrisa.
-Venga levántate ya o llegaras tarde- dijo saliendo de mi cuarto.
Baje de la cama, mientras notaba como mi estomago daba botes de alegría, solo pensando en la idea de conocer gente. Había dejado la ropa preparada la noche anterior, pero ahora lo miraba no tan convencida. Al final decidí cambiar la camiseta negra por una blanca, con unos pantalones vaqueros claros, y una chaqueta de cuero marrón, con unas sobrinas o bailarinas marrones.
Desde que tenía recuerdos, siempre había sido algo antisocial. La única amiga que tenía era Pam, y la conocí durante el primer año de instituto. No era algo que necesitase al cien por cien, era como tener algo que si lo pierdes puedes seguir viviendo, y ese era mi caso. Hasta que conocí a Pam, no sabía lo que era la verdadera amistad. Aquel sentimiento me gustaba y no quería abandonarlo.
Salí de mi cuarto y baje las escaleras dando saltitos nerviosa. Había estado temiendo aquel día desde el fin de las clases, adentrarme en un lugar nuevo, me daba escalofríos, no me gustaban los cambios, pero había dado el mayor que podía hacer.
Llegue al comedor, las paredes eran blancas, con una gran mesa de comedor para dos personas, al otro lado estaba la televisión que apenas encendía, y el sofá donde había pasado la mayoría del día. Mi madre me esperaba con el desayuno ya puesto en la mesa, sonreía infundiéndome ánimos, mientras yo la miraba con tristeza.
Tome mi zumo de piña y las tostadas con desganas, notando que mi estomago no aceptaba comida, pero iba a estar la mayoría de la mañana, y no sabía a hasta cuando estaría allí. Me imagine que nos distribuirían por clases. Aunque no estaba del todo segura. Una idea me llego a la cabeza, quien sabe puede que incluso hiciera amigos, aunque me seguía pareciendo algo radical. Me termine el desayuno y volví a mi cuarto a terminar de prepararme. Me peine mi negro cabello negro como el carbón, lave mi piel blanca como la piel, me puse las lentillas que hicieron que mis ojos fueron normales.
Mis ojos, son violetas, como el color del cielo durante el anochecer, algo muy raro entre los humanos, uno entre un millón. Pero aquello había ocasionado burlas en mi anterior instituto, como medida preventiva, mi madre habia decidido que usara lentillas para que fueran como el color de la madera, y así corregir mi problema, ya que soy miope.
Me termine de dar los últimos retoques, tapándome los granos que me habían salido durante la noche anterior con maquillaje. Me mire al espejo recordándome que aquel día podría ser distinto a los anteriores comienzos de clase. Recogí mi bolso y baje las escaleras, lentamente.
Mi madre ya me esperaba, y me hubiera gustado que se hubiera olvidado de que tenía que llevarme hasta la parad del autobús. Salimos a la calle, mientras mi madre me arrastraba. Subí al 4x4 que había comprado tras su llegada allí. Bajamos por la estropeada carretera, que ni si quiera estaba asfaltada. Mi estomago comenzó a molestarme.
El momento más temido llego, por fin la carretera de piedra dio paso a la de asfalto. En la radio sonaba un tema de Nirvana, que hacía que me trajeras viejos recuerdos de mi antigua casa. Mi madre apago el motor. Nos mantuvimos en silencio.
Cientos de pensamientos pasaron por mi mente en aquel momento. Pero ninguno era bueno. Temía que volviera a sufrir lo mismo que en el anterior instituto, abrace fuertemente mi bolsa, mientras contemplaba el bosque, asustada. Eran pinos de gran altura, debían tener cientos de años, estaba casi segura de que había zonas que jamás habían sido pisadas por el hombre.
Por fin llego mi mayor temor, el autobús del instituto. Mi madre me dio un beso en la mejilla a modo de despedida, le sonreí de forma tranquilizadora, aunque por dentro temblaba como un flan. Mientras caminaba hasta el autocar, agarre con fuerza mi bolso, mi único apoyo.
Subí las escaleras lentamente, el conductor era un hombre mayor que ni si quiera me dio los buenos días cuando subí. Por suerte, el autobús estaba vacío, yo debía ser la primera parada. En mi interior di un salto de alegría, pero me mantuve firme por fuera.
Me senté en los asientos más alejados de la entrada. En cuanto elegí el sitio, el autobús se puso en marcha. De mi bolso, saque mi Mp3, me puse los cascos y me aislé del mundo entero. La música de The Who hizo que mis preocupaciones volaran, hasta que el autobús paro en mi nuevo instituto.
No me había dado cuenta, pero el autobús se había llenado de alumnos, que vivían perdidos en la montaña como yo. Me sentí algo cohibía, porque todos parecían conocerse, yo era como un parasito entre toda aquella gente. Me hundí aun más en mi asiento, y espere a que todo el mundo saliera, para bajar del autobús tranquila, estoy casi segura que mi madre me hubiera llamado la atención por no haber intentado hablar con alguien, pero no me encontraba de humor para aquello.
Mi primera impresión de mi nuevo instituto: húmedo. Cuando había subido hacía un esplendido día, pero durante el viaje, había comenzado a nublarse, hasta esconder el sol y comenzar a llover. Corrí hacía la entrada, con los demás alumnos. Entre al instituto, y me sentí algo perdida, no sabía a dónde ir.
Avance por los pasillos, mientras los demás alumnos pasaban a mí alrededor, suspire. ¿Cómo pensaba que aquella situación que me había acosado desde la escuela cambiase de golpe? Algo desorientada, intente volver de nuevo a la entrada, pero estaba completamente perdida. Me sentí muy asustada.
Mire hacía todos los lados, buscando a alguien que me pudiese ayudar, pero no era demasiado tímida para hablar con alguien. Me dio mucha rabia ser así, me hubiera gustado ser como Pam, que comparada conmigo era mucho más amigable que yo.
-¿Estás bien?- dijo una voz a mis espaldas- ¿Necesitas ayuda?
Me di la vuelta, y pude ver a un muchacho de aproximadamente de mi edad, su cabello era rubio brillante, sus ojos parecían miel, vestía con una camisa blanca, unos pantalones marrones y zapatos de vestir.
-Si me pudieras ayudar…- dije tímidamente- soy nueva y no conozco esto.
-¿Tú debes de ser Anna, no?- dijo, le mire algo desconfiada ¿Cómo sabía mi nombre?- Soy el delegado de la clase de cuarto, y eres la única alumna nueva de este año- en ese momento sentí que toda la atención iba a recaer sobre mí, y no me sentí nada a gusto- Te llevo buscando desde hace un rato.
-Lo siento pero no conozco esto- dije algo cohibida, nunca me había habla un chico tan guapo.
-La directora me ha pedido que te guie- dijo el muchacho sonriendo- Mi nombre es Nathaniel.
Me guio por el instituto, enseñándome la biblioteca, el gimnasio, donde entrenaba el equipo de baloncesto, que por lo que me conto Nathaniel, era de una escuela de alto rendimiento que venía aquí a entrenar porque su centro estaba en reformas por culpa de las últimas lluvias. Me sentía a gusto con aquel muchacho, era el primer chico, de mi edad, que me hablaba bien. Me enseño el resto del instituto, que no era tan grade como me había parecido en un primer momento.
Después de media hora, me guio hasta un aula que se encontraba en el segundo piso.
-Aquí tenemos tres clase de cuarto- dijo Nathaniel- así que hay que ahora nos dividirán. No puedo quedarme porque tengo una reunión con los demás delegados. Nos vemos en un rato.
Antes de que pudiera decir nada, me dio dos besos en la mejilla a modo de despedida. Cuando ya se fue, note como mis mejillas se enrojecían. Cuando ya volvieron a la normalidad, respire hondo, induciéndome la idea de que habría más gente como Nathaniel en aquella clase. Abrí la puerta del aula con seguridad.
Que se desvaneció en cuanto puse un paso en aquella aula. Los alumnos de dieciséis años se agrupaban en grupos, en cuanto llegue, me sentí cohibida, porque no pertenecía a ninguno de aquellos grupos, de nuevo me volví a sentir algo anti-social.
Atravesé el aula, mientras sentía que algunos se quedaban mirándome, otros me ignoraban, no sabía cuál de las dos cosas prefería. Aquella aula era anormalmente grande, así cabía perfectamente todo el curso de cuarto. Me senté en los asientos de detrás, mientras esperaba que en cualquier momento apareciese Nathaniel. A mi lado había sentado una chica que también estaba sola, éramos las únicas que no estábamos en un grupo.
Pasó aproximadamente media hora, y empecé a sentirme algo más a gusto. Nadie me hablo, pero tampoco se metían conmigo, en mi interior daba saltos alegría, el siguiente paso sería hacer amigos, aunque aquello último me parecía algo más difícil.
Desde mi bolso comencé a escuchar pitidos, rebusque en ella hasta encontrar mi móvil. Lo desbloque y vi que Pam me había enviado un mensaje, las mariposas comenzaron vibrar en mi estomago, era la primera vez que tenía cobertura desde hacía días. Con nervios y casi sin atinar, abrí el mensaje: “¿Qué tal la escuela? Te echo mucho de menos, espero poder verte pronto”
Releí el mensaje varias veces, me sentí muy triste por ella, pero al contrario de mí, ella hacía amigos con mayor facilidad que yo. Sentí que al irme le daba una oportunidad de hacer más amigo. Durante los tres años anteriores, había estado la mayor parte del día conmigo para no dejarme sola, y así había conseguido dejar de hablarse con la mayoría de sus amigos. Siempre me había sentido muy mal por ella.
Comencé a pulsar a escribir el mensaje, acordándome de ella. “Estoy bien, aquí todo el mundo es muy amable conmigo, creo que ya he hecho un amigo” Le envié el mensaje esperando a que Nathaniel apareciese, pero paso más de una de un cuarto de hora.
Cuando ya me sentía rendida, aparecieron tres profesores. Sentí como mi estomago vibraba del nerviosismo, era la hora de saber con las personas que compartiría clase durante los siguientes nueve meses. Empecía dar toques en la mesa, mientras respiraba lentamente.
-Bienvenidos a un nuevo año en el instituto Sweet Amoris- dijo un profesor con aspecto desaliñado- este año contamos con una nueva alumna, no teníamos a alguien nuevo desde que comenzó el curso- sentí como mis mejillas enrojecían cando todo el mundo se quedo mirándome.
-Ahora pasemos a dividiros por clase- dijo una profesora bajita y regordeta.
Durante los siguientes diez minutos, la clase del A fue saliendo del aula, entre ellos Nathaniel, que debía estar en la reunión de los delegados por qué no lo vi aparecer. La profesora regordeta salió del aula con los primeros alumnos. El profesor desaliño comenzó a decir la clase que formaría el B.
-Anna Heat.
Me levante de un salto, como si un muelle hubiera sido accionado. Todos me miraron, me sentía extraña porque nunca había llamado la atención y ahora de golpe lo era, levante la cabeza, mientras en mi rostro se formaba una sonrisa. Avance hasta donde estaba el resto de los alumnos de la clase del B.
-Esmeralda de la Cort.
Entonces la vi, ojos que parecían piedras preciosas, verdes como las esmeraldas, brillantes como las estrellas incluso más especiales que los míos. Su cabello era caoba y lo llevaba recogido en un trenza larga, simplemente iba vestida con una camisa a cuadros algo vieja y unos vaqueros con botas, también viejas y estropeadas. Su mirada era impasible, no mostraba ninguna emoción. Un escalofrió me recorrió la espalda.
Cuando llego al grupo, nadie la recibió. Se mantuvo sola. De golpe me di cuenta de que era la chica que había estado sentada a mí lado. Pero había estado acostada en la mesa y no había podido verla bien. Al igual que yo parecía no caerle bien a la gente del instituto, pero al contrario de mí, ella parecía rehuir la compañía de los demás. Algunos del grupo la miraban y cuchicheaban, parecía haber algún cotilleo alrededor de ella, pero no pude escuchar de lo que hablaban.
Tras un rato, el resto de sus compañeros y ella salieron del aula. Estaba algo nerviosa, para que mentir, necesitaba conocer gente aparte de Nathaniel, necesitaba a una amiga, que entendiera las cosas de chicas. Subimos hasta la tercera planta, al final del pasillo, parecía la clase más tenebrosa de todos.
Cuando entramos en el aula, me senté a solas en medio del aula. Los demás alumnos hablaban alegremente entre, excepto Esmeralda, que seguía sola, impasible como una estatua, sus ojos tenían algo que me daba miedo, que hacía que mi cuerpo temblara.
No me gustaba absolutamente en nada aquella forma que tenía de mirar, como si hubiera sufrido, y mucho, y prefiriese mantenerse a un lado de todo. Desvié la mirada al suelo algo nerviosa.
-¿Esta libre?
A mi lado, había un muchacho que parecía mayor que yo, su cabello era rojo, y tenía los ojos grises. Vestía con una camiseta roja, una chaqueta negra, al igual que sus pantalones. En su cara había dibujada un sonrisa burlona.
-Adelante- dije corriéndome al lado de la pared y dejándoselo al muchacho.
Se sentó a mi lado. El profesor comenzó a hablar. El muchacho de mi lado directamente le ignoraba, sonreí burlón, haciéndole burlas. Entonces me di cuenta, el era uno de esos chicos burlones, que creían que tenían el mundo a sus pies, que podía conseguir cualquier cosa con solo pedirlo. Aquel era el tipo de persona que se metía conmigo en mi antiguo instituto. Necesitaba aparentar ser fuerte, para que no se volvieran a burlarse de mí.
El muchacho jugueteaba con su móvil, parecía chatear con alguien de la clase, aunque no estaba del todo segura. Una chica rubia de varios asientos por delante se giro sonrió, y le lanzo un beso. Con aquel gesto, ya no me gustaba, me recordaba a las chicas de mi anterior instituto.
Respire hondo, no debía tener tantos prejuicios contra ella no la conocía. Venía allí a hacer amigos no enemigos. Mis anteriores compañeros ni si quiera intentaron que fuera sus amigos, solo la miraron a los ojos y ya estaba todo hecho.
-¿Se puede saber que haces, Castiel?- dijo el profesor.
Apenas me había dado cuenta, de que el profesor se había ido acercando, lentamente a nosotros. Me había pillado completamente desprevenida, no era bueno empezar en un nuevo instituto de esa forma, despistándose con el primer chico que pasaba.
-Yo no estaba haciendo nada- dijo el muchacho- ella me ha lanzado el móvil, cuando se ha acercado.
-Eso es mentira- me defendí casi al instante, solo me faltaba aquello para caerle bien al profesor.
El profesor nos observo a los dos, trague saliva nerviosa, no era la primera vez que me enviaban al despacho del director, pero normalmente era cuando se burlaban de mí, pero jamás servía de nada porque seguían haciéndolo.
-Los dos al despacho de la directora- dijo el profesor tajante- ¡Ya!
Intente explicarme, pero la mirada que me lanzo, me dejo sin palabras, así que, salí de la clase seguida por el tal Castiel, que sonreía maliciosamente. Primera impresión que daba al profesor y a mi clase: Rebelde, y aquello no me gustaba nada, yo era un chica tímida y normal.
Salimos al pasillo y juntos nos dirigimos al despacho del director. Castiel parecía feliz, mientras que yo andaba de muy mal humor.
-De la que me he librado- dijo el muchacho- muchas gracias enana.
Me volví a él cabreada, mientras me observaba divertido. Jamás había estado tan enojada con nadie, era la primera vez que me hacían una jugarreta de aquel tipo.
-Las gracias te las debería de dar yo ¿No?- dije casi gritándole- Me has hecho quedar como un idiota delante de todo el mundo.
-Pero que dices- dijo pasándome el brazo por los hombros- te acabo de convertir en la chica más popular- entonces se acerco a mi oído y me susurro-conmigo puedes tenerlo todo.
-¿Y qué iba a querer yo que tu pudieras darme?- dije mirándolo directamente a los ojos.
-¿Nunca has querido ser popular?- dijo extendiendo el brazo por el aire -¿No me digas que eras popular?
-No- le respondí secamente- Era normal como quiero ser ahora.
Me deshice de su brazo y ande más rápido, pero parecía bastante encabezonado conmigo. Se adelanto a mí, y se puso andar hacia atrás.
-Me gustas enana.
Me pare en seco y cabreada le grite:
-¡Me llamo Anna!- dije muy enfurecida.
Creo que grite demasiado fuerte, pude oír, como en una de las aulas el profesor parecía haberlo escuchado y salía. Castiel me agarro del brazo y corrimos juntos por el pasillo. Notaba mi corazón palpitar en mi pecho, la adrenalina recorría mis venas, dándome euforia. Nos escondimos detrás de una columna y vimos como el profesor pasaba sin habernos visto. Cuando estuvo lo suficientemente lejos me relaje un poco.
-Creo que este curso nos lo vamos a pasar muy bien enana- canturreo Castiel.
Recordé las indicaciones que me había dado Nathaniel, para ir a la sala de los profesores, y justamente al lado estaba el despacho de la directora. Baje hasta la planta baja, seguida por Castiel, que sonreía con malicia. Podía notar su mirada en mi nuca, y me ponía nerviosa.
-¿Pretendes ir al despacho de la directora?- dijo el muchacho poniéndose a mi lado.
-Si- dije volviéndome hacía él-¿Tu no?
-Pues sinceramente me da igual- dijo con aire de indiferencia- pensaba ir a dar una vuelta por el pueblo o ir al bosque prohibido.
-¿Se pude saber que haces aquí Anna?- dijo una voz antes de que respondiera.
Me volví rápidamente. Allí estaba Nathaniel, debía de haber acabado la reunión de los delegados. Me observaba con gesto decepcionado y eso me hizo sentir mal.
-¿No deberíais estar los dos en clase ahora?- dijo Nathaniel mirándonos a los dos a la vez.
Cuando iba responderle, Castiel me interrumpió.
-¿Y a ti quien te importa Rubito?- dijo adelantándoseme a mí.
-Castiel estamos en el primer día de clase- dijo Nathaniel- ¿No podrías portarte bien ni el primer día?
-Hago lo que me da la gana- le respondió el muchacho algo cabreado- tú no eres nadie para controlarme.
-Castiel ya hablamos sobre esto el curso pasado- dijo Nathaniel cansado- recuerda en lo que…
-¡Ya lo sé!- dijo cortándole gritando- No hace falta que me lo repitas cada vez que nos vemos.
Castiel desapareció escaleras arriba, mientras Nathaniel y yo le observábamos.
-¿En qué lio te ha metido Castiel?- suspiro Nathaniel.
Le conté todo lo ocurrido en clase, pero preferí callarme la conversación que había tenido con Castiel, no tenía nada que ver con lo el lio que me había metido, así que… para que hacerlo, sería mi pequeño secreto.
-Siempre hace lo mismo- suspiro cansado.
-No pasa nada- le dije.
-La próxima vez que te moleste abisme ¿Vale?- dijo mirándome directamente a los ojos.
-Lo hare- dije agradecida.
Entonces recordé a la chica de los ojos como piedras preciosas, Esmeralda.
-¿Conoces a Esmeralda?- le pregunte sin rodeos a Nathaniel.
El muchacho se paró en seco y me miro directamente a los ojos algo confundido, como si hubiera dicho una palabra tabú. Me sentía algo avergonzada por haberle preguntado sobre, y me arrepentí casi al instante. Me sonrió y continúo caminando.
-¿A qué viene esa pregunta?- dijo extrañado.
-Era por curiosidad- dije intentando no meter la pata de nuevo- Estoy en la misma clase que ella.
-¿Entonces has visto sus ojos?-asentí- Son los más increíbles que he visto. Uno entre un millón.
Entonces recordé lo que me decía mi madre cuando me sentía algo triste por las burlas de mis compañeros: <
-¿Por qué es así?- dije volviendo a la realidad- Tan fría...
-Antes no lo era- dijo mirándome triste- hace unos cinco años era la persona más alegre que he conocido. Pero tras aquella catástrofe, no volvió a ser la misma.
-¿Qué ocurrió?
-Ahora no tengo ganas de hablar del tema- dijo sonriéndome- ya te contare esa historia otro día. El autobús está a punto de llegar, si quieres te acompaño a la parada.
Fuimos juntos hasta fuera del instituto, donde algunos alumnos ya habían finalizado su primer día de clase, y se reunían en grupos en el patio. Cuando nos vieron aparecer algunos cuchichearon, me escondí en mi chaqueta disimuladamente, estaba algo nerviosa.
Nathaniel parecía no darse cuenta o directamente lo ignoraba, porque ni si quiera les hizo ni el mínimo caso, al contrario de mí. Salimos del reciento, donde el autobús ya había llegado, algunos de los alumnos a subían a él. Sin querer, busque a Castiel entre la multitud, aunque al segundo me di cuenta de lo que hacía y me gire en rotundo.
-Yo vivo en el pueblo, así que no subo en el autobús-dijo Nathaniel- Adiós, hasta mañana.
Me despedida dándome dos besos en la mejilla como despedida. No pude reprimirlo y me sonroje levemente, aunque no tanto como la primera vez.
Sentí que aquel día había sido bueno, no había sido como me esperaba pero había estado bastante bien, Había conocido a Nathanielaniel, que la había tratado bien, o como Castiel que había sido un poco grosero con ella. Pero lo que más le había impactado era Esmeralda, como podía existir alguien con aquella mirada tan… no tenía palabras para describirla.
Un pitido sonó desde mi bolso, rebusque en el hasta encontrar mi móvil. Había recibido un mensaje, y aquel pitito solo lo tenía una persona: Pam. Abrí el mensaje con nerviosismo. “Espero que sea así, sin ti me aburro mucho ¿Hay chicos guapos? Casi al instante pensé en Nathanielaniel y en Castiel. Guarde la móvil nerviosa en cuanto llego el autobús.
Subí de las primeras y pude elegir asiento. Nadie se sentó conmigo, tampoco los esperaba, allí todo el mundo se conocía, yo era la nueva. Me propuse que al día siguiente me sentaría con alguien. Me di cuenta que estaba cogiendo algo de confianza. Mientras hablaba con Castiel, jamás se me habría ocurrido que podría hablarle a un chico de aquella forma. Normalmente me hubiera callado y hubiera mirado al suelo.
Estaba cambiando, me estaba volviendo más confiada, o puede simplemente que Castiel fuera la única persona en el mundo capaz de ponerme nerviosa, seguramente fuera aquello. Uno vocecita en mi mente me hablo: Es muy guapo y se ha fijado en ti. Pero al momento me recordé que era un idiota irrespetuoso, que ni si quiera se había aprendido mi nombre.
Deje aquellos pensamientos de lado, y me propuse retomarlos en otro momento. De mi bolsa saque mi Mp3 y busque una canción en especial, de Jace Evereth, que se había convertido en la banda sonora de una serie de vampiros. Me hundí entre sus letras durante el resto del viaje, cuando quise darme, el autobús estaba vacío por completo. A los pocos minutos paro en donde me había recogido aquella mañana y baje. Busque el 4x4 de mi madre pero no lo encontré por ningún, saque el móvil y le envié un mensaje diciendo que ya había llegado. Tardaría por lo menos diez minutos en llegar.
Busque un lugar donde sentarme. Cruce la carretera y me senté en una piedra. Desde allí podía observar el pueblo, que se encontraba en el fondo de un valle. Desde allí podía ver el instituto. Oí algo crujir por las piedras del camino, ya había llegado mi madre.
Me gire, pero allí no había nada. Entonces note como algo me observaba desde las profundidades del bosque. Trague saliva asustada, y lo observe todo con atención. Una sombra se deslizo a una velocidad inhumana, no pude oír el crujir de las hojas crujiendo tras sus pasos. Lentamente retrocedí, la sombra volvió a moverse, está vez más cerca de mí.
-¿Qué tal el primer día de clase?
Di un brinco asustada, mi madre había llegado con su 4x4. Me observaba algo extrañada.
-¿Ocurre algo cariño?- dijo preocupada.
Mire de nuevo donde había visto la sombra, pero ya no estaba ahí, había desaparecido de la misma forma que había aparecido.
-No nada- dije sonriendo.
Subí nerviosa mientras mi madre retomaba el viaje de vuelta a casa. Parloteaba sobre algo, pero yo no la escuchaba, solo podía escuchar el latido de mi corazón palpitando rápidamente en mi pecho.
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